Alicia
12/Mar/2013
bloody hand
19

Querida Sara,

Me acuerdo de que la abuela nos solía decir que volverse viejo era tener tu casa llena de fotos de personas muertas y que cada vez que le oíamos decirlo nos entraba la risa floja. He estado pensando en ello últimamente y creo que me estoy volviendo vieja a una velocidad alarmante. Me he sorprendido a mí misma, observándome en el espejo, buscando algún signo de vejez prematura: una arruga delatora, una cana…  Como si algo así fuera posible. Pero lo cierto es que miro a mi alrededor y sólo veo cadáveres, ya sean zombis o muertos de los de siempre, y todos ellos llenan las paredes de mi cerebro. Son ya tantos que, a veces, creo que la cabeza me va a estallar. Ahora entiendo porque el último suspiro de la abuela me pareció de alivio.

El hecho es que no hemos llegado muy lejos y estamos rodeados. Creo que esto es el fin.

Todo ha sido culpa de Roco, que se ha empeñado en interpretar el papel del perro de la película de miedo que lo fastidia todo. Se te despista, desaparece, te empeñas en ir a buscarle, aunque vaya contra toda lógica, te ataca un zombi, tu novio intenta ayudarte, le muerden, te dice que te vayas, pero te sientes culpable, te quedas, ¿para qué te quedas? Para que te muerdan a ti también… Y entonces ya es tarde para ambos. Y repito, ¿todo para qué? Para que el puto perro reaparezca en la escena siguiente, moviendo el rabo, como un bobo, adopte a otra pareja en un plis y de los otros dos, que se sacrificaron estúpidamente por él, si te he visto no me acuerdo.

Mierda, acabo de decir que Sergio y yo somos pareja y no tengo con qué borrar.

Pues sí, allí estábamos, Roco, Sergio y yo, escondidos en el primer chalet que encontramos. Dos salones, una cocina enorme, comedor, cuatro baños, seis dormitorios, garaje… Y lo más importante, una gran despensa en la que encontramos una estantería llena de conservas. Pedro y Vero, pobres Pedro y Vero, habían pasado a engrosar el ejército de Lucas, que estaba registrando a conciencia el barrio pijo en el que nos encontrábamos. Le dije a Sergio que como el dichoso perrito nos delatara con sus ladridos, iba a matarle sin dudarlo un instante. A lo que Sergio repuso que eso era fácil de decir, pero que me detuviera a mirar esa carita que tenía. No lo sé, quizás tuviera razón. Si eres capaz de matar a un perrito tan inocente, entonces qué sentido tiene la vida, ¿verdad?

Pero Roco estaba nervioso y sabíamos que era como una bomba de relojería. Así que le abrimos la puerta de la cocina y le animamos a que se fuera a dar un paseo de los que duran para siempre. Pues no había manera, el tío es listo, no quería irse y mira que lo intentamos todo. Finalmente, a Sergio se le ocurrió lanzar un trozo de pan rancio hacia el jardín, a ver si corría tras él. Y esta vez Roco sí que corrió, vaya que si corrió el muy capullo. Iba dando saltos de alegría, mientras movía la cola cual hélice de helicóptero… Y lanzó tales ladridos que debieron de retumbar en todo el puto barrio, porque al poco se oyó un rugido que no dejó lugar a dudas de que Lucas y su ejército ya sabían perfectamente dónde encontrarnos. Sergio y yo nos miramos, helados, y Roco nos miraba a los dos, desde ahí abajo, masticando su premio con esa carita inocentona, pidiendo más pan y juegos.

No, no he matado a Roco, que sigue aquí con nosotros. Ya da igual que ladre. Todos saben dónde estamos.

Hemos pasado las últimas horas atrancando puertas y ventanas, mientras Lucas, Pedro, Vero, tú y todos los demás os vais amontonando en el jardín. Todavía no habéis hecho ningún intento por entrar, pero estáis a punto… y yo no sé si estoy preparada para morir. Pero Pedro y Vero seguro que no lo tenían planeado y probablemente la abuela tampoco, aunque tuviera noventa años y apenas pudiera moverse. En eso consiste la vida, ¿no? En agarrarte a ella con todas tus fuerzas e intentar seguir adelante, porque mientras sigas respirando hay esperanza. Supongo que lo que necesitamos es un milagro, ¿te puedo pedir que nos desees suerte?

Besos, Alicia.