Alicia
02/Mar/2014
bloody hand
24

Querida Mamá,

Cuando piensas que el fin está cerca, te haces muchas promesas. Te dices que si logras salir del embolado en el que te has metido, vas a ser una persona mejor, merecedora de esa segunda oportunidad que te brinda la vida. Sabía que no había sido muy buena hija, ni hermana, ni amiga, ni estudiante… pero nunca me había importado demasiado. Quizás porque había estado demasiado preocupada por esas pequeñas estupideces que consideraba importantes. En cuestión de minutos, desfilaron ante mis ojos todas esas personas que había ido perdiendo a lo largo del camino, empezando por Papá y acabando por Sara, sin olvidar a todos y cada uno de mis amigos. Ninguno de ellos se había merecido acabar como un zombi y, sin embargo, aquí seguía yo… y sólo por cuestión de suerte.

Sara seguía en el umbral de la puerta, gruñendo. De hecho, dio unos pasos cortos para acercarse a la cama donde yo permanecía postrada y si no llegó muy lejos, sólo fue porque su revoltijo de harapos mugrientos se había quedado enganchado a algo que no lograba ver desde mi posición. Eso le sentó muy mal porque empezó a tirar con más fuerza, pero sin lograr avanzar ningún milímetro. Aquello me dio un poco de tiempo para prepararme para el ataque, puesto que esos harapos no tardarían en desgarrarse, dejándome a su merced.

“Prometo que si salgo de ésta, voy a tratar de ser mejor persona. Prometo que dejaré de pensar sólo en mí misma e intentaré hacer algo bueno con lo que me quede de vida. Prometo…”

Afortunadamente, parecía que mi cuerpo empezaba a reaccionar. Logré incorporarme, aunque me doliera todo como si acabaran de darme una paliza. Miré a mi alrededor buscando algún arma. Lo único que tenía a mano era la lámpara de la mesilla de noche, que te habías empeñado en conservar porque era un recuerdo de la tía Maite. A mí siempre me había parecido un armatoste horroroso, pero ahora aquel amasijo de hierro forjado podría salvarme la vida. Si lograba agarrala y asestarle un buen golpe, quizás pudiera zafarme y escapar de allí. Definitivamente, la lámpara era una idea malísima, pero Lucas ya no estaba conmigo para regalarme uno de sus planes brillantes.

Los hechos se precipitaron en el momento en que oí el sonido de la tela desgarrada, tras lo cual Sara salió despedida hacia adelante. Pese a su torpeza, logró parar la caída adelantando los brazos y al poco volvía a estar de pie. Tras dedicarme una mirada triunfal, prosiguió hacia la cama. Sin apartar la vista de mi hermana, estiré el brazo para alcanzar la lámpara, que parecía estar muy lejos. De modo que cuando Sara se abalanzó sobre mí, yo seguía sin tener nada con lo que defenderme de aquel animal rabioso que parecía todo uñas y dientes. Sacando fuerzas de donde no las tenía, empecé a lanzar patadas y manotazos para parar su embestida, logrando que retrocediera unos pasos… y aunque no tardó más que uno o dos segundos en volver a la carga, fue lo suficiente como para que me diera tiempo a coger la lámpara y blandirla cual lanza, con lo que conseguí repeler el segundo ataque. De nuevo, Sara tuvo que retroceder unos pasos, pero era terca como una mula y no dudó ni un instante en volver a atacarme con un empeño incluso mayor que el de antes. Esta vez no sólo me encontró de pie, sino que le asesté tal golpe en la cabeza que la hice tambalearse y caer al suelo. Lo siguiente fue cubrirla con las mantas de la cama y tirarme encima de ella para inmovilizarla, mientras seguía golpeándole en la cabeza con la lámpara para atontarla. Los gruñidos de Sara se habían convertido ya en débiles gemidos… y me daba pena, Mamá, pero tenía que matar a esa cosa para asegurarme de que no hiciera más daño a nadie.

Hice acopio de rabia, pensado en todas esas personas que había perdido… y golpeé una y otra vez su cabeza, sin importarme el olor nauseabundo, ni la sangre negruzca y espesa que me salpicaba.

—Por Papá, por Miguel —fui diciendo en voz alta—, por Luisa y Loli, por Vero y Pedro, por todos… y sobre todo por ti, Sara.

No sé cuánto tiempo estuve golpeando, pero cuando quise darme cuenta la cabeza de mi hermana había quedado hecha papilla y yo me sentía terriblemente cansada. Me acosté en la cama y me quedé dormida. Cuando desperté, no sabía si habían pasado tan sólo unos minutos, varias horas o días enteros. Tenía mucha sed y hambre, pero me sentía bien. Al menos hasta que vi el cadáver de Sara junto a la cama y me di cuenta de que era la primera vez que le quitaba la vida a algo que no fuera una mosca o una hormiga.

Acababa de matar a mi propia hermana.

Te escribo estas líneas desde la mesa de la cocina. Me he aseado como he podido, pero no hay agua ni queda nada de comida. Me guste o no, tendré que salir de aquí y buscar la forma de escapar de este pueblo. No creo que vuelva a ver a Lucas y Sergio, pero no pierdo la esperanza.

Un beso, Alicia.