Querido Lucas,
Siempre guardo mis cartas en el mismo bolsillo de la mochila, a la espera de encontrar un buzón donde echarlas. Como hace ya un tiempo que nos hemos alejado de los barrios civilizados, tengo bastantes guardadas. A veces las releo por las noches para corregirlas, o para recordar cosas que mi cerebro se empeña en olvidar.
Hace dos noches me llamaste loca porque insistía en que las cartas habían desaparecido. Me dijiste que estaba claro que las había dejado en otro sitio, que volviera a mirar y que os dejara tranquilos con mis tonterías. A la mañana siguiente las encontré en el bolsillo de mi chaqueta y me callé por simple vergüenza.
Esa misma tarde nos cruzamos con la pareja hippie, Pedro y Vero, de esos que visten ropa muy amplia, se dejan el pelo largo y no se tiñen nunca las canas. Venían cargados con unos enormes macutos, GPS y mil trastos más de su tienda de montaña. Me acuerdo aún de esa tienda y de que hace apenas un año le habían cobrado a mi hermana un ojo de la cara por unas botas que costaban la mitad en cualquier otro sitio. Las botas serían buenas, no lo dudo, pero Sara ni siquiera llegó a estrenarlas. Aparte de ese detalle, bueno, eran majos, la verdad. Nos los encontramos mientras deambulábamos por una urbanización a medio construir y nos invitaron a cenar con ellos en el chalet piloto en el que estaban instalados. Sergio comió a disgusto el dichoso humus, el taboulé y las hamburguesas de soja. No sé de dónde habrían sacado los ingredientes, pero todo estaba buenísimo. Mientras comíamos, nos dijeron que tenían pensado largarse de allí al día siguiente.
—Vamos a subirnos a un refugio que hay en el monte —nos dijo Pedro—. Debería de estar en buen estado y no creo que haya muchos zombies por allí.
—¿Os queréis venir con nosotros? —nos preguntó Vero de forma espontánea.
Sergio y yo te miramos pidiendo aprobación, pues estaban bien equipados y su plan parecía mejor que el nuestro. Sobre todo porque no parecíamos tener ninguno. Pero tú simplemente te callaste, dejándonos muy claro que la idea no te convencía en absoluto.
—Bueno, no hace falta que vengas —te dije.
Y fue ahí y entonces cuando estalló una de esas discusiones que marcan época, sobre todo porque nos llamamos de todo. Unas cosas llevaron a otras y, no sé cómo, acabaste sacando a relucir detalles que era imposible que supieras, si no hubieses abierto mi cabeza por la mitad. ¡Las cartas! ¡Habías sido tú! Fuiste tan rastrero, Lucas, que no dudaste en poner toda la información de la que disponías sobre la mesa, delante de Sergio y de aquellos dos desconocidos.
No voy a negar que me haya estado comportando como una niñata «pija y frívola», según tus propias palabras, pero no eres nadie para echarme en cara la muerte de mi hermana. Furiosa, me lancé sobre ti, dispuesta a arrancarte la piel a tiras, pero Sergio se interpuso entre nosotros evitando males mayores. Todo acabó con un silencio sepulcral y mi mutis entre lagrimones, cosa que dejó aún más evidente mi condición de niñata.
Creo que a Pedro y Vero les he dado pena porque han insistido en que me vaya con ellos por la mañana. Te dejo a Sergio, si es que te sirve de algo, pero ya te digo yo que no es gay por más que insistas, capullo.
A diferencia de las otras cartas, esta sí que es para ti y espero que la leas. Como ya sabes, me gustabas y pensaba que eras un tío legal, incluso un héroe. ¡Vaya decepción al descubrir que sólo eres fachada!
Pese a todo, te deseo mucha suerte. Si un día volvemos a cruzarnos como personas, no esperes que te devuelva el saludo. Pero si lo que me encuentro es a un zombi, Lucas, te aseguro que no habrá piedad contigo.
Hasta nunca,
Alicia.